domingo, 2 de diciembre de 2012

Relatos de "Máximo Beltrán" en Concepción. Sala CCFGU


Presentación Academia Chilena de la Lengua / sr. Tulio Mendoza Belio

“Relatos” es el nombre de la exposición que el artista Máximo Beltrán realiza en el Centro Cultural Fernando González-Urízar de Concepción. “Relatos” implica algo que contar, algo que narrar, historias que traducen la trayectoria de mensajes que aparecen, se cruzan y entrecruzan como una suerte de palimpsesto que, ya sabemos, es un “manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente”. Aunque lo que “artificialmente” no haya sido siempre un acto voluntario y más bien corresponda a designios oraculares, al azar o al destino como señala la famosa sentencia del Conde de Lautéramont. “El encuentro de una máquina de coser y un paragua s en una mesa de disección.”La “escritura anterior” como imagen de un pasado ambivalente y contradictorio, memoria histórica y crisis, fisura, ruptura; gesto político, constante reflexión. Ese “manuscrito antiguo” que es la imagen de un pasado, de algo anterior, (lo cual incluye evidentemente la intrahistoria o la microhistoria), es algo activo y cambiante, una caja de resonancias y una caja fuerte que guarda y conserva un patrimonio tangible e intangible que busca por salir a flote, por mostrar y relatar, en este caso. La ominosa realidad fragmentada por la realidad y aparentemente detenida en la obra de arte, es al mismo tiempo nostalgia y reconstrucción, conciencia y deseo.

¿Cómo relata la pintura, como narra lo visual? La escritura con su carácter lineal (es una cadena de fonemas, uno tras otro, imposible superpuestos), nos cuenta en el tiempo y el espacio de la oralidad o de la pagina u otra superficie. La pintura, por el contrario, no es sucesión lineal, sino más bien simultaneidad. Frente al cuadro, el espectador recibe el impacto de un todo que luego puede comenzar a recorrer en líneas o espacios de fuga, en centros de interés, en puntos de atracción, en detalles generadores de tensiones (el puctum de Barthes)

En la obra de Máximo Beltrán se percibe, de inmediato, el carácter narrativo, es decir hay una evidente voluntad de querer contar algo. Y ese algo nos llega mediante una serie de fragmentos que operan como usa suerte de collage, de fotomontaje, de intervención, de elementos de diferente índole, tanto material (técnica mixta) como del sentido que irradian esos materiales.  Es fácil distinguir en sus cuadros, la presencia de una serie de elementos que se reiteran como una especie de intratextualidad, es decir la obra se espejea, se habla a si misma, es obra y comentario, sujeto y predicado, autoreflexibidad: el cuerpo humano, vestimentas, calaveras, la bandera de Chile, íconos religiosos, etcétera, todo es una atmósfera sensorial de carácter onírico-surrealista.

La maestría de Máximo Beltrán es precisamente el saber qué hacer y cómo hacerlo: el arte análogo-digital que nos presenta, conjuga la inteligencia y la emoción de sus composiciones que son,  como afirma el crítico Rick Van Den Kerchove, “escenografías y advertencias” y nos sitúan en la ruta de una aventura con los detalles de un proceso que encierra  dibujo, pintura, tintas, tonalidades, sombras, veladuras, fotografía, recortes, collage, digitalización, pero siempre interviniendo la tecnología: esa es la principal característica de su obra y fortaleza. Su discurso no es algo mecánico, hecho en serie o producido por la máquina (programas vectoriales y graficadores), es algo humano, hecho por el artista. La imagen recreada a partir de una progresión sistémica de contenidos virtuales, es el juego mayor de este arte y Máximo Beltrán con oficio de catador de esencialidades, inscribe en la superficie de sus telas relatos pintados de nuestra identidad, no solamente para recordarnos lo que somos sino que, además, para dejar huellas y trazos al tiempo venidero con un especial sentido religioso en el sentido de religar, de volver a unir, de juntar nuevamente, recuperando así imaginarios colectivos.