Me enfrento a estas
imágenes de Máximo Beltrán con la intención de
obviar la individualidad de su
autoría, fundamentalmente como un ejercicio de conexión con las atmósferas que
manan de si, como un halo etéreo arañado
por la racionalidad y las practicas
disciplinares del arte.
Un test de Rorhach se podría decir; sin embargo toda observación
o crítica de arte nunca es un diagnóstico,
por lo mismo la subjetividad del gusto fue ya ajusticiada por Marcel Duchamp en
1913 al despojar al arte de su carácter mágico e iluminista , situándolo
como parte de un engranaje formado por el contexto, por el “ambiente” .
Entonces la
obra-cosa-objeto pierde su resonancia de
amuleto chaman, para constituirse en lenguaje, en decir.
Otra Consideración para enfrentarse a estas imágenes de Máximo Beltrán es el reconocimiento de símbolos y signos que nos remiten al conocimiento
primigenio sobre el cual se ha edificado
la cultura y sus distintas formas de habitar. Y escribo “habitar” por que una primera
diferencia, entre sus obras anteriores y esta producción, es justamente la disposición de personajes que ocupan un espacio
mayormente definido desde la
arquitectura, pero, no seria exacto
argumentar esta condición sin reconocer una dicotomía que da tensión a
las obras, aquella que Rembrandt ya bien conocía, la atmósfera , el
claro-oscuro . Este recurso binario se
suma a otros que asoman en la
composición figura / fondo, análogo / digital.
Entonces el deseo de otorgar
configura un lenguaje en lo técnico, en lo discursivo , en lo subjetivo,
en la elección de un ambiente que inunda
las imágenes , y en oposición el cuerpo
de obra es marcado por la presencia del autorretrato, del ego, del yo,
del deseo de recibir como fuerza que
acciona la dinámica que abre las puertas
a las preguntas fundamentales, a saber, el sentido del arte como función
emancipadora del espíritu , en su sentido mas platónico.
Entonces estas obras de
Beltrán son puertas, que nos invitan a
viajar en la insinuación de las fuerzas elementales desatadas en el cuerpo, antimaterico y físico, Eros y
Thanatos constituidos en una misma
naturaleza pero diferenciados en grado. La virtud orgánica y pulsante de la mano sobre el papel,
fusionada con el recurso tecnológico y
virtual de la pantalla.
Este acontecer es íntimo y personal, pero no azaroso, esta
obra se erige sobre deseos e intenciones, ahora el espectador es el llamado a
detenerse y llegar hasta la profundidad
que le corresponda, así, descubrir lo que en esta obra no esta declarado ni
evidente expuesto, una dualidad mas para
preguntarse ¿donde realmente habita la obra ?.
Rodrigo Piracés G
Concepción, Chile septiembre 2012
Concepción, Chile septiembre 2012
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