Presentación Academia Chilena de la Lengua / sr. Tulio Mendoza Belio
“Relatos” es el nombre de la exposición que el artista
Máximo Beltrán realiza en el Centro Cultural Fernando González-Urízar de
Concepción. “Relatos” implica algo que contar, algo que narrar, historias que
traducen la trayectoria de mensajes que aparecen, se cruzan y entrecruzan como
una suerte de palimpsesto que, ya sabemos, es un “manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior
borrada artificialmente”. Aunque lo que “artificialmente” no haya sido
siempre un acto voluntario y más bien corresponda a designios oraculares, al
azar o al destino como señala la famosa sentencia del Conde de Lautéramont. “El encuentro de una máquina de coser y un
paragua s en una mesa de disección.”La “escritura
anterior” como imagen de un pasado ambivalente y contradictorio, memoria
histórica y crisis, fisura, ruptura; gesto político, constante reflexión. Ese “manuscrito
antiguo” que es la imagen de un pasado, de algo anterior, (lo cual incluye
evidentemente la intrahistoria o la microhistoria), es algo activo y cambiante,
una caja de resonancias y una caja fuerte que guarda y conserva un patrimonio
tangible e intangible que busca por salir a flote, por mostrar y relatar, en
este caso. La ominosa realidad fragmentada por la realidad y aparentemente
detenida en la obra de arte, es al mismo tiempo nostalgia y reconstrucción,
conciencia y deseo.
¿Cómo relata la pintura, como narra lo visual? La escritura
con su carácter lineal (es una cadena de fonemas, uno tras otro, imposible
superpuestos), nos cuenta en el tiempo y el espacio de la oralidad o de la
pagina u otra superficie. La pintura, por el contrario, no es sucesión lineal,
sino más bien simultaneidad. Frente al cuadro, el espectador recibe el impacto
de un todo que luego puede comenzar a recorrer en líneas o espacios de fuga, en
centros de interés, en puntos de atracción, en detalles generadores de
tensiones (el puctum de Barthes)
En la obra de Máximo Beltrán se percibe, de inmediato, el carácter
narrativo, es decir hay una evidente voluntad de querer contar algo. Y ese algo
nos llega mediante una serie de fragmentos que operan como usa suerte de
collage, de fotomontaje, de intervención, de elementos de diferente índole,
tanto material (técnica mixta) como del sentido que irradian esos
materiales. Es fácil distinguir en sus
cuadros, la presencia de una serie de elementos que se reiteran como una
especie de intratextualidad, es decir la obra se espejea, se habla a si misma,
es obra y comentario, sujeto y predicado, autoreflexibidad: el cuerpo humano,
vestimentas, calaveras, la bandera de Chile, íconos religiosos, etcétera, todo
es una atmósfera sensorial de carácter onírico-surrealista.
La maestría de Máximo Beltrán es precisamente el saber qué
hacer y cómo hacerlo: el arte análogo-digital que nos presenta, conjuga la
inteligencia y la emoción de sus composiciones que son, como afirma el crítico Rick Van Den Kerchove, “escenografías y advertencias” y nos
sitúan en la ruta de una aventura con los detalles de un proceso que
encierra dibujo, pintura, tintas,
tonalidades, sombras, veladuras, fotografía, recortes, collage, digitalización,
pero siempre interviniendo la tecnología: esa es la principal característica de
su obra y fortaleza. Su discurso no es algo mecánico, hecho en serie o
producido por la máquina (programas vectoriales y graficadores), es algo
humano, hecho por el artista. La imagen recreada a partir de una progresión
sistémica de contenidos virtuales, es el juego mayor de este arte y Máximo
Beltrán con oficio de catador de esencialidades, inscribe en la superficie de
sus telas relatos pintados de nuestra identidad, no solamente para recordarnos
lo que somos sino que, además, para dejar huellas y trazos al tiempo venidero
con un especial sentido religioso en el sentido de religar, de volver a unir,
de juntar nuevamente, recuperando así imaginarios colectivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario