Al artista visual Máximo Beltrán lo conozco hace muchos
años, y una de las cosas que siempre me ha llamado la atención en él, es su
inamovible sello estético; claro, con los años ha ido evolucionando la técnica,
y ha incorporado diferentes recursos a la composición de su obra pictórica, que
el mismo la define como una constante búsqueda interna; pero la temática
siempre ha sido la misma.
p. Santiago Bonhomme A.
Revista NOS Magazine
La historia de Max en las artes visuales parte siendo
apenas un adolescente; primero desde el asombro de un “liceano” que un día le
llamó la atención una exposición de la
ya mítica agrupación tanagra. Max se fascinó con esas pinturas, las
recorrió, las observó con mucho detenimiento y curiosidad. Cuando terminó la
enseñanza media en el liceo de hombres
de Chillán, tenía muy claro que quería
estudiar arte, y en Santiago; sin embargo en los años 80 no todo era como una
quisiera, la economía reinante apremio en estudiar en Chillán, favoreciendo el
concepto familiar ya con tres hermanos en la universidad.
Así que chistando un poco, entró a la carrera de Diseño
Gráfico en la Universidad el Bío Bío donde el arte también se desplegaba, por
lo que fueron años intensos, de mucho aprendizaje, buenos años recuerda. Risueño me cuenta que era un poco odioso con
algunos compañeros, que eufóricos por la época que se vivía en el país,
trataban de tomarse la universidad, boicotear las clases, pero él no estaba
dispuesto a perderlas, en honor al esfuerzo de su padre, así que entraba igual
con un par de compañeros más; lo que obligaba a los profesores a pasar las
materias. “Muchos me tacharon de pinochetista, de fascista, y yo simplemente
quería clases”, objeta con cara de inocente.
Su primera exposición individual la montó el año 1987 en
la Sala Silvia Molina; recuerda que ni siquiera tenía nombre, la idea era
molestar, provocar con las pinturas, y lo consiguió. Después de esa experiencia
no paró más. Con los años, Max fue desarrollando a la par su exitoso trabajo de
diseñador con el de pintor, hartas exposiciones, viajes, experiencias que de
cierto modo fueron moldeando su carácter estético, y más aún, el arte se
apropio de su vida, sin él, Max no sabría qué hacer; es su manera de comunicarse. El último tiempo ha
ganado fama gracias a varios proyectos exitosos que ha desarrollado. Por
ejemplo el blog Chillán antiguo, con él puso una importante alerta sobre la
despreocupación de la ciudad con respecto al patrimonio “ El blog nació debido
a la aberración que cometieron las autoridades
de la época con los adoquines de la ciudad. Sacarlos y luego botarlos, cuando
en otras ciudades son un verdadero tesoro” me explica aún indignado.
Este semestre ha sido bien intenso para este destacado
artista; está lleno de trabajo y proyectos, de hecho acaba de salir de la
imprenta la revista Chillán antiguo, está confiado que será un gran aporte y un
tirón de oreja a las autoridades que aún parecieran no tomar en serio el
patrimonio cultural que tenemos. En poco tiempo más publicará un libro sobre la
población Santa Elvira, en coautoría con la periodista Patricia Orellana.
Además está ad portas de presentar una nueva exposición que la tituló “Relatos”;
en ella recorre parte de su vida, los diversos relatos que lo han ido moldeando
hasta ser lo que es. Me confiesa que está feliz, vive una etapa súper rica de
creación, se siente muy seguro de lo que está haciendo, siempre fascinándose
con las posibilidades de los nuevos lenguajes que le da el arte, más ahora que
no suelta por nada su cámara fotográfica, la que se ha convertido en otra de
sus vías de comunicación.
-¿Qué crees que piensa de ti la gente? – me responde muy
honesto, “no sé, nunca me hecho esa pregunta, en realidad no me interesa, me
preocupa más no hacer cosas”
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