viernes, 17 de enero de 2014

Máximo Beltrán - fragmentos autobiograficos para un proyecto literario. RELATO 9

9.-
Subí rápidamente al segundo piso y como no tuve la oportunidad de saber las verdades de fuentes originales, solo me quedo descubrir los secretos y deducirlos revisando álbumes y uniendo conversaciones de verano de los primos y las visitas; claro nadie sabía que entre mentiras y verdades había cedido inocentemente la nana vieja de la casa que pensó que como todos estaba al tanto de los “secretos a voces” que a hurtadillas paseaban por los pasillos de la casa y del campo; quizás la pueda entender por estar tan acostumbrada a guardar secretos que a veces se derrumban ante el ingenio de los más jóvenes.

A veces los años y tantos silencios, como las pausas en las conversaciones que siempre encuentran una tapia abismal entre las generaciones, hacen sin querer un buen detective en las familias. Cuando ordené los hilos, estabas agonizando, lleno de tubos y sondas, pero sabía que estabas vivo y escuchabas, y no te ibas a ir de este mundo con el recuerdo inocente que hipócritamente sellaste como el tío abuelo perfecto ante todos. Abajo la familia reunida desconocía el rito que estaba por comenzar.

Lloraste al descubrir que estaba al tanto de todo y rogaste que no siguiera rasguñando el pasado; pero todo había comenzado muchos años atrás en los tiempos que los campos eran potestades, el látigo funcionaba y los curas heredaban las confesiones que por dinero sellaban.

Y ahí estabas, y te ate para siempre en los clavos de la casa, en cada peldaño, en cada aldaba, en cada tabla agujereada selle tu alma, quebré tu Cristo en esa cama histórica y traicionera, lo hice por el látigo que solo tu manejaste con la maestría del diablo y por la simiente que derramaste en nuevas camas.
Hoy tu tumba es seca y fea, como deben ser las tumbas, con fotografía de muerte, con tu fotografía de vida plasmada en esa loza de muerte y jarros con aguas hediondas por lluvias pasadas. Un día sentí tristeza ver esa tumba profanada; porque igual te visito, porque eres parte de mis muertos; alguien había alterado en la noche tu “morada” y la cruz de esa cristiandad mal concebida estaba rota, bien rota y en un acto de maldad o de pena fui a comprar una a un negocio de chinos, era lo que te merecías, una cruz de plástico, fea, ridícula, amorfa, con un Cristo de ojos razjados y de piel casi amarilla, una simulación fea de como lo fue tu vida.

Nadie sabe, hasta el día de hoy que revelo estos escritos, que el cura que venía a confesarte lo atrase como pude, aunque no creo en esas confesiones, no quería que tuvieras esa paz ficticia aunque fuera de mentira, cuando llego “tu salvación”, ya estabas muerto: y quizás por eso transitas por los escalones de la casa, y el moho crece en las murallas y el frio se apoderó para siempre de tu recuer
do.

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