martes, 12 de noviembre de 2013

"CEMENTERIO DE ANGELITOS. Crónica de un proceso creativo"

p.  Maximo Beltrán
VU (Revista Vitrina Urbana - noviembre)

Eran las 2 de la mañana y en ese momento me di cuenta que no estaba solo, miles me acompañaban; todo había comenzado una semana antes cuando Carmen Andrea Mantilla me invitó a diseñar su libro “Cementerio de angelitos”. Cuando recibí el archivo para la primera etapa de lectura y saber si estaba en condiciones de aceptar este reto, noté desde un principio que esto era diferente, lo sentía distinto, en el transcurso del proceso me di cuenta de su fuerza energética y de la emotividad que contenían sus hojas.

He diseñado una treintena de libros, por decir un número quizás muchos más, de variadas temáticas; pero éste venía con el misterio anudado en sus hojas. El arte si no es capaz de emocionar, es “cualquier cosa”. El libro lo leí llorando.

"La muerte es una tabla rasa,
pero cuando toca a un niño es una tabla con clavos,
una reunión de astillas,
el borde de un volantin,
un suicidio,
una última llamada,
una lección de humildad,
una miseria..."




Carmen, no lo puedo diseñar, fue lo primero que respondí; este libro no es cualquier libro, no puede quedar solamente en un lindo diseño, en un recurso tipográfico determinado, en una línea de diagramación y una bella elección de papel. Le propuse hacer el segundo relato a partir de los conceptos que desprendía de su lectura y anudar estos al diseño del libro y a la poesía. Existen variados caminos para crear, otros para diseñar, otros para diagramar y otros para copiar y pegar, este no era el caso.




Enfilé una tarde al Cementerio Municipal de Chillán, al fondo, donde se ubica el “patio de los angelitos”. El día estaba bello, el sol con la dureza de los rayos me impedía tomar fotos, por lo menos las que yo deseaba; el ritual de la muerte continuaba, pero era profano, esas tumbas silentes estaban vacías, muy vacías, no había nada, solo el dolor de los padres que se manifestaba en juguetes, muñecas, remolinos, guirnaldas, tropiezos de colores que se enredaban con el pasto desordenado, rejas inclinadas, cruces mustias y de repente una cruz anudada humildemente con una lana roja; es que a veces la pobreza y el dolor se unen.

No me di cuenta, pero no quería irme; la tarde pasó y encerrado me quedé en el cementerio, estaba alegre, en otras circunstancias quizá me hubiese puesto nervioso, pero no estaba solo. Entre patios y patios llegue a la calle Sepúlveda Bustos, atrás el sol se acostaba en Chillán y yo con mi máquina repleta de imágenes que, cuando llegó el momento, no quise descubrir. Así estuvieron un par de días, almacenadas, guardadas en la habitación simbólica de la iluminación interna.


Cuando definí los tiempos, el computador y los papeles del boceto estaban listos, comenzó el proceso de abrir la máquina, descubrir y leer por segunda vez el ritual fotográfico de días atrás. Desde las 19.30 hrs. no paré hasta las 4 de la madrugada siguiente, hice el libro llorando… “Eran las 2 de la mañana y en ese momento me di cuenta que no estaba solo, miles me acompañaban “


























1 comentario:

  1. Simplemente conmovedor,
    siquiera estar ahi...
    detenido enfrente del umbral
    de luz luminosa
    que se divisa entre tantos
    vuelos..
    entre tantos revoloteos
    de espiritus limpios..
    con la brisa sublime
    del revoloteo
    de nuestros
    angelitos....
    y nosotros
    solo estamos alli.
    y asi pareciera..
    pero no, solamente
    rodeados
    de tantas
    lecciones
    de ingenuidad
    y bondad.

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