martes, 6 de noviembre de 2012

MAXIMO BELTRÁN por Rodrigo Piraces 2012

En un acontecer solitario e íntimo el fenómeno del arte hace su despliegue de realidad, articulando  percepciones, códigos subjetivos y personales, advirtiendo caminos de llegada o de ida.
Me enfrento a estas imágenes de Máximo Beltrán con la intención de  obviar  la individualidad de su autoría, fundamentalmente como un ejercicio de conexión con las atmósferas que manan de si, como  un halo etéreo arañado por la racionalidad  y las practicas disciplinares del arte.

Un test de Rorhach  se podría decir; sin embargo toda observación  o crítica de arte nunca es un diagnóstico, por lo mismo la subjetividad del gusto fue ya ajusticiada por Marcel Duchamp en 1913  al despojar al arte  de su carácter mágico e iluminista  , situándolo  como parte de un engranaje formado por el contexto, por el “ambiente” .
Entonces la obra-cosa-objeto  pierde su resonancia de amuleto chaman, para constituirse en lenguaje, en decir.

Otra Consideración para  enfrentarse a estas imágenes de  Máximo Beltrán  es el reconocimiento de símbolos  y signos que nos remiten al conocimiento primigenio  sobre el cual se ha edificado la cultura y sus distintas formas de habitar. Y escribo  “habitar” por que una  primera  diferencia, entre sus obras anteriores y esta producción, es justamente  la disposición de  personajes que ocupan   un espacio  mayormente definido  desde la arquitectura, pero, no seria exacto  argumentar esta condición sin reconocer una dicotomía que da tensión a las obras, aquella  que Rembrandt  ya bien conocía, la atmósfera , el claro-oscuro . Este recurso  binario se suma a otros que asoman  en la composición   figura / fondo, análogo / digital.

Entonces el deseo  de otorgar  configura un lenguaje en lo técnico, en lo discursivo , en lo subjetivo, en la elección  de un ambiente que inunda las imágenes , y en oposición  el cuerpo de obra  es marcado por la  presencia del autorretrato, del ego, del yo, del deseo de recibir  como fuerza que acciona la dinámica  que abre las puertas a las preguntas fundamentales, a saber, el sentido del arte como función emancipadora del espíritu , en su sentido mas platónico.

Entonces estas obras de Beltrán son puertas, que nos invitan a  viajar en la insinuación de las fuerzas elementales desatadas  en el cuerpo, antimaterico y físico, Eros y Thanatos  constituidos en una misma naturaleza pero diferenciados en grado. La virtud orgánica  y pulsante de la mano sobre el papel, fusionada con el recurso tecnológico  y virtual de la pantalla.

Este acontecer  es íntimo y personal, pero no azaroso, esta obra se erige sobre deseos e intenciones, ahora el espectador es el llamado a detenerse  y llegar hasta la profundidad que le corresponda, así,  descubrir  lo que en esta obra no esta declarado ni evidente expuesto, una dualidad mas  para preguntarse ¿donde realmente habita la obra ?.


Rodrigo Piracés G
Concepción, Chile septiembre 2012







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