1.-
Las
mujeres no van al cementerio, no se si lo escuche o lo lei, pero de algo estoy
seguro que lo viví, en la gran puerta de dos ambientes, donde el uso de grandes
llaves y trancas era usual en aquellos tiempo, y los vidrios imitando los
vitreaux, hacían la veces de segunda puerta que siempre daba a un gran pasillo;
ahí estaban las mujeres de la casa, las
con delantal y las rigidas estampillas descolgadas de las murallas de los
salones. Las observe desde la calle, donde los hombres tomaban puesto para el
cortejo , y la urna, grande, negra y sin
cruz era depositada en una cureña engalanada por coronas confeccionadas en los patios. También era verano, parece que esta
estación, se ha empecinado en deshojar mi árbol.
Era
el primo menor, los mayores sacaron al abuelo, sin rezos ni cruces, la cruz por
siempre en la familia a significado dolor, después comprendería ya en la adultez
los misterios de las manos, del tránsito a pie al “templo de los muertos” y que
la ropa limpia se debe disimular con arrugas y el descanso con ausencias y
que el ateísmo de mi abuelo nunca fue
tal.
Mucho
tiempo después era yo el que sostenía una urna en mis manos, me acompañaban en esta hermandad
del silencio y lágrimas mis primos, también era verano, y esta vez era mi
padre. También la ausencia de la cruz
era notorio, que paradoja, lo que ocultamos más se nota, pero esta vez no
existían aldabas, trancas, ni puertas de vitreaux, tampoco mujeres con delantal
, ni rígidas estampillas despidiendo a sus muertos desde la puerta , tampoco
existía cureña ni menos el boato silencioso de reyes sin reino. Una amiga, me
dijo que “hacia tiempo no asistía a un funeral tan democrático”; supongo que lo
democrático se refería la disparidad de colores y olores, en un Chillan tan
proclive a las apariencias y a los engaños sociales.
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